miércoles, 4 de marzo de 2009

El Conserje

Nota: Se invita a leer este relato con el tango Yira-Yira de fondo. Por favor en la version de Gardel
Duele comprobar que todo terminó, repitió el Conserje evocando un gran tango.
Le gustaba, seamos sinceros, andar parafraseando tangos cual suspiro. Pero mas le urgía, al Conserje, repetir las estrofas de tangos que se adherían a sus situaciones vividas o sufridas.
Duele comprobar que todo terminó; sonrió y el humo del cigarro salio despedido como con odio por la parte lateral de su boca.
La tarde anterior no pudo haber sido mas empírica para su corazón y tan cruel para su razón. Cual científico desquiciado que ve hecho fenómeno sus suposiciones teóricas, la cohorte de tangos escuchados festejaban al ver como las situaciones del Conserje se iban acercando cada vez más a sus letras. Acercándose a sus esencias.
Los tangos correteaban por la vida del Conserje llenándose de mucho sentido, regocijándose pletóricos de realidad resucitando cíclicamente en cada tarde de este Conserje que solo penas podía cosechar de sus situaciones.
A veces, mientras la tarde se quitaba el sombrero ante la luna, él acomodaba sus pantalones y pensaba satisfecho... casi feliz, o acaso siendo cínico; “Por lo menos nunca fui a Paris” y así, en simultaneo, en sus corredores cerebrales, Anclado en Paris se moría desnutrido.
¡El Conserje, que tipo!
Hasta cuando tuvo plata y mujeres era un hombre con tangos proliferando en sus sinapsis. Casi adrede un pingo remolón, en el Pellegrini, lo dejo en Pampa y la vía en un par de carreras.
Ya promediando una noche fue esa pebeta arrabalera la que sacudió su percepción donde las madreselvas se empeñaban en atraer al que se las daba de “niño bien”, para engatusarlo como un sirena porteña hacia las caderas de esta mina que solo tuvo reparo en la billetera del futuro Conserje.
El Conserje antes, claro esta, no lo era. Los tangos se daban panzadas de realidades demasiado verdaderas; astutos conspiraban para que la biografía de este tipo se pueda simplemente leer en cualquier obra del Zorzal, de Edmundo, de Julio, del Polaco, de Aníbal, y de quien sabe cuantos mas.
El Conserje escuchaba tango y se emocionaba, el tango era su vida y eso a él no le desagradaba pues es muy llamativo como las penas pueden cautivar al corazón, como el dolor o la infelicidad tienen eso de húmedo y lúgubre que a veces se torna cómodo y hasta calido.
El Conserje sigue dando baldazos y silbando, sigue meta y ponga con los tangos, meta y ponga con su vida. Ahí va el Conserje lagrimeando feliz un Yira-Yira que hasta el mas feliz de los optimistas o el mas empedernido de los críticos, sucumben ante esa voz que Carlitos empuña para matarnos desangrados en el adoquín de Buenos Aires, disfrutando como nos convence de no esperar nunca una ayuda, una mano ni un favor.
Ahí se queda el Conserje tanguero, sintiéndose retratado en esas letras.
Pero yo lo veo y noto algo muy certero…lo veo esperanzado, realmente esperanzado de escuchar el tango cuya letra ya nunca pueda terminar de escuchar. Solo espera escuchar esa letra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario